En la actualidad se dice frecuentemente que vivimos en la cultura de la imagen. Entonces los íconos se nos presentan como una manera privilegiada para expresar la fuerza transformadora del Evangelio y del amor inconmensurable que Dios quiere derramar sobre todos sus hijos. Estas bellas imágenes que nos observan con amor, nos invitan a contemplarlas en esa misma sintonía de encanto. Ellas nos ayudan para entrar en contacto con lo sagrado, vale decir con lo inexplicable, lo inefable, con lo que nos fascina y nos desborda. Para esto es necesario abrir nuestros sentidos interiores, gustar de ese diálogo profundo que sólo se logra en la oración, donde se comienza a captar lo sutil de cada facción, la teología que contiene cada forma y cada color. Los personajes cobran vida y nos comunican su participación con lo divino, bebemos, como diría San Pablo, de la “Multiforme Gracia de Dios”, contenidos infinitamente en cada uno de ellos. Los íconos nos llevan a una dimensión que trasciende lo temporal, de allí su vigencia y su permanencia a lo largo de todas las épocas, y de allí, su perenne riqueza que nos une con lo divino. De esta unión el hombre de todos los tiempos sale fortalecido, edificado, y persuadido de que en el mundo hay mucho por hacer para devolverle el rostro de Dios a la humanidad desesperanzada.
Que esta Navidad sea un reencuentro con esta fraternidad que nos propone Dios y aceptemos su invitación, que nos realiza a través de los íconos, de formar parte de su familia, con sus santos, su Madre y con su misericordiosa persona.
P. Hernán Pérez Etchepare, ssp.
Que esta Navidad sea un reencuentro con esta fraternidad que nos propone Dios y aceptemos su invitación, que nos realiza a través de los íconos, de formar parte de su familia, con sus santos, su Madre y con su misericordiosa persona.
P. Hernán Pérez Etchepare, ssp.
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