martes, 15 de diciembre de 2009

LA ESPIRITUALIDAD EN LOS ICONOS


Breves Palabras

de Su Eminencia Reverendísima Tarasios,

Arzobispo Metropolitano de Buenos Aires

Primado y Exarca de Sudamérica,

En Ocasión de la Apertura del IX Encuentro de Iconografía

Sobre el Tema “la espiritualidad en los iconos”

En el Museo de Arte Popular José Hernández

9 de diciembre 2009



Con particular alegría acepté vuestra amable invitación con el objetivo de transmitir un mensaje sobre el tema que me ha sido asignado respecto de “la espiritualidad en los iconos” en la ocasión de la apertura del Noveno Encuentro de Iconografía que se realiza en el Museo de Arte Popular José Hernández. A continuación quisiera expresar mi agradecimiento a la Señora Lis Anselmi, de la Editorial San Pablo, y a todos los organizadores del presente evento.


No podríamos desarrollar una reflexión sobre la espiritualidad en los íconos sin mencionar al gran santo de Damasco, Juán. En efecto, el Damasceno nos brinda la doctrina teológica más clara y precisa que anula toda vacilación y controversia en relación a la validez del sacro arte del ícono y nos coloca ante la profundidad de la milenaria tradición de la iglesia, una, santa, católica y apostólica.


El Damasceno, pues, nos recalca que el ícono es “una semejanza que caracteriza al prototípo con algunas diferencias con respecto a él”.[1] De esta manera, y citando a San Basilio de Cesarea[2], concluye que consecuentemente “el honor de las imágenes pasa al modelo”.[3] Continúa la reflexión aseverando que “el honor y la adoración son un símbolo y una señal de humildad y sumisión hacia el prototipo”.[4]


Existen, pues, varias formas de adoración de las cuales se destacan principalmente por un lado la adoración ritual, a través de la cual “nos dirigimos solamente al único Dios en la naturaleza y por el otro lado la veneración de honor, a través de la cual reverenciamos a los santos, a las reliquias y a sus imágenes, así también como a otros elementos sacros y que solamente se basa logicamente en la realidad de Dios como su creador y santificador.[5] De esta manera, el Damasceno mantiene inamovible el principio ortodoxo que dicta:



a nadie se puede adorar como Dios sinó solamente al Dios por naturaleza, al cual se le ofrece todo el honor y la gloria.”



Sólo basada en este principio es permitida y es necesaria la veneración de los santos y de sus imágenes, pues ellos son considerados “amigos de Cristo, hijos y herederos de Dios”, “tesoros de Dios y purísimos erarios”, “ejército de Dios”, “hijos de Dios y co-herederos e hijos de Cristo”, y “protectores de todo el género humano”.[6]



Aclarada la base teológica que justifica tanto la latría o adoración hacia Dios como la veneración hacia sus santos, el Damasceno nos explica porqué la tradición milenaria de la Iglesia permite y requiere la veneración de las imágenes tanto de Dios, su Madre la Theotokos y de sus santos. El principio es claro: “Pero el Prototipo es lo que se ha representado, aquello de donde sale el derivado”.[7] Este principio, en la teología ortodoxa está en intimísima relación con el dogma cristológico. De otra manera perdería su sentido y su justificación.


En los tiempos del Antiguo Testamento estaba prohibida toda representación del Divino en cuanto Dios es absolutamente trascendente, incorpóreo, invisible. Y es por ello que el Damasceno se pregunta ¿quién puede hacer una imitación del Dios invisible, incorpóreo, no circunscripto y sin figura? Y responde, “en efecto, es el extremo de la locura y de la impiedad el representar a Dios”.[8] Pero esto está referido a la economía antes del nacimiento del Salvador. “Pero Dios, a causa de sus entrañas de misericordia[9], en verdad se hizo hombre para nuestra salvación.”


He aquí la clave que revierte el principio del Antiguo Testamento: la encarnación del Verbo. Ahora Dios no es visto como lo vieron Abrahám y los profetas, ahora es visto por todos los hombres, puesto “que se hizo hombre y trató con los hombres”, obró milagros, padeció, murió y resucitó. Esta es una realidad y es verdad. Todas estas cosas fueron testimoniadas por escrito para nuestro recuerdo y enseñanza, para que nosotros, al escuchar y creer, tambien alcancemos la bienaventuranza del Señor.


El principio es claro y es cristológico: Si Dios verdaderamente se hizo hombre perfecto, fue visto y vivió entre nosotros, entonces su imagen se puede y se debe representar.[10]


Por otra parte, el dogma del ícono, y la espiritualidad que lo rodea, no se separan de la obra pastoral. Por ello el Santo de Damasco resalta que puesto que no todos saben de letras ni tienen tiempo para la lectura, los Padres comprendieron que algunas proezas, para su recuerdo conciso, se pintaran en imágenes. De acuerdo al gran teólogo y filósofo ortodoxo Paul Evdokimov, “un idéntico movimiento de revelación hace del ícono un evangelio visual, la glosa pictórica del Evangelio.”[11]


De esta manera ante la afirmación de la herejía iconoclasta de que el arte sacro de las imágenes no tiene fundamento en la economía de la salvación, la regla de la Fe del VII Concilio Ecuménico -- que fue presidido por el Patriarca Ecuménico Tarasios, cuyo nombre tengo el honor de portar -- que asume la verdadera tradición de la Iglesia Católica y Ortodoxa a través del dogma del Damasceno, clama: “Cuanto más contempla el fiel a los íconos, tanto más se acuerda del que está representado y se esfuerza en imitarle. Testimonia respeto y veneración sin ninguna adoración a la materia misma propiamente dicha, la cual se le debe solamente a Dios. – ¡Ay del que adorase las imágenes por sí mismas!”[12]


En efecto, el Damasceno salvaguarda dogmáticamente la tradición aseverando categóricamente que “venerando los santos íconos no veneramos la materia, sinó al Representado.[13] Y de allí la famosa y sentida confesión del Damasceno:


“No venero la materia, venero, pues, al Creador de la materia, aquel que se materializó y consintió morar en la materia por mí y a través de la materia ha realizado la salvación.”[14]


De esta forma comprendemos el valor que el ícono posee en la tradición de la Iglesia «καθολική» hasta nuestros días. Tanto el Oriente como el Occidente han compartido – y comparten - la misma teología puesto que ante la amenaza de la herejía iconoclasta unánimemente se contrapusieron a fin de conservar intacta e inmaculada la herencia de la fe y de la tradición que habían heredado de los mismos apóstoles.


En estos tiempos en los cuales la tecnología y la insensibilidad del hombre en una peligrosa combinación atentan contra los valores básicos de la humanidad como son los símbolos sacros, espejos de las realidades superiores sobre la tierra, es necesario que volvamos nuestra atención hacia las fuentes de nuestras tradiciones milenarias, a fin de poder encontrar en ellas el verdadero sentido que justifica tantos valores y realidades que hoy se están desmontando a fin de deshumanizar al hombre y así desasociarlo de Dios, fuente de todo axioma y bien.


En conclusión, agradezco nuevamente por su cálida invitación y ruego al Señor, por la intercesión de San Juan el Damasceno quien nos enseñó a través de la espiritualidad del icono y del “arte en memoria”, que ilumine a todos los cristianos y a toda la humanidad a la imitación del icono de Dios donde misteriosamente e inexplicablemente veremos Su propia “cara” enfrente de nosotros.


Muchas gracias!




[1] Juan Damasceno, Sobre los íconos I, 9.

[2] Basilio de Cesarea, Sobre el Espíritu Santo, XVIII, 45: Bpa 32, 183.

[3] Juan Damasceno, Edición Exacta de la Fe Ortodoxa, 16 (89).

[4] Juan Damasceno, Sobre los íconos I, 14; III, 27, 40.

[5] Juan Damasceno, Sobre los íconos I, 14; III, 27, 40.

[6] Juan Damasceno, Sobre los íconos III, 26; I, 21; II, 15. Edición Exacta de la Fe Ortodoxa, IV, 15.

[7] Juan Damasceno, Edición Exacta de la Fe Ortodoxa, 16 (89).

[8] Juan Damasceno, Edición Exacta de la Fe Ortodoxa, 16 (89).

[9] Lc. 1, 78.

[10] Juan Damasceno, Edición Exacta de la Fe Ortodoxa, 16 (89).

[11] Paul Evdokimov, La Ortodoxia, Ediciones Península, Barcelona, 1968, pag. 237.

[12] Paul Evdokimov, La Ortodoxia, Ediciones Península, Barcelona, 1968, pag. 238.

[13] Juan Damasceno, Edición Exacta de la Fe Ortodoxa, 16 (89), Sobre los Íconos, I, 21.

[14] Juan Damasceno, Sobre los Íconos, I, 16.

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